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Unidad Cronos

Escrito por Sonia de la Cruz

CAPÍTULO 1

Sombras del Pasado

Año 2035

El sol del atardecer se filtraba a través de las persianas, tiñendo de tonos cálidos el salón de la casa de Vega. El ambiente era tranquilo, casi perfecto. Marta, su hija de cinco años, estaba sentada en el suelo, inmersa en un juego en su tablet. Llevaba unas pequeñas gafas rojas que enmarcaban su rostro infantil y le daban un aire de inteligencia precoz. Movía piezas digitales con la concentración de un cirujano, frunciendo el ceño como si aquello fuera el trabajo más importante del mundo.

—No puedo creerlo —dijo Clara, la esposa de Vega, mientras recogía los platos de la merienda—. El nuevo vecino se ha instalado con ¡tres gatos! ¿Quién tiene tres gatos en un piso tan pequeño?

—A lo mejor tiene uno para cada habitación —respondió Vega, sin levantar la vista del informe que leía en su dispositivo, pero con una sonrisa ladeada.

Clara se apoyó en la mesa, divertida.

—No, escucha esto: lo vi sacar un rascador gigante del camión de mudanzas. No sé cómo lo metió en el ascensor.

Vega soltó una carcajada.

—¿Y tú cómo sabes todo eso? ¿Le preguntaste directamente?

—¡No! —Clara fingió indignación, cruzándose de brazos—. Me lo dijo Sara, la vecina del cuarto. Ya sabes que esa mujer siempre está al tanto de todo.

Marta, acomodándose las gafas, alzó la cabeza desde su tablet.

—Mamá, ¿tendrán los gatos un colegio?

Clara y Vega se rieron.

—No, cariño, pero tú sí tendrás uno nuevo. Ya verás qué bonito es —dijo Clara, acercándose para sentarse junto a ella—. Papá y yo vamos a ir la próxima semana para conocer a tus nuevos profesores.

—¿Y cómo será? —preguntó Marta, reclinando su cuerpo para mirar a su padre—. ¿Tendrá toboganes grandes en el patio?

Vega dejó el móvil sobre la mesa y se giró frente a su hija, mirándola con ternura.

—Será el colegio más bonito que puedas imaginar, y tendrás muchos amigos para poder tirarte por los toboganes gigantes del patio. Prometo llevarte el primer día.

Marta sonrió, encantadora, mientras volvía a su tablet. De fondo, la televisión permanecía encendida. Las noticias hablaban de disturbios tecnológicos en varios puntos del país, pero ninguno de ellos prestaba atención. Hasta que la música de fondo de la transmisión se cortó.

—Interrumpimos nuestra programación para informar de última hora —dijo una voz seria.

Clara se giró hacia la pantalla. Vega también, con el ceño fruncido, agarró el mando de la televisión y subió el volumen.

—El gobierno ha declarado el estado de alarma —continuó el locutor—. Los sistemas informáticos y de seguridad a nivel internacional han sido comprometidos por una organización de hackers autodenominada Shadow-Net. Todos los dispositivos están bajo su control. Estamos a la espera de un comunicado oficial con sus demandas.

La noticia fue suficiente para que Vega se pusiera de pie de inmediato, cogiendo su móvil. Mientras lo revisaba, Clara preguntó preocupada:

—¿Crees que tenga algo que ver contigo?

—Es posible, pero aún no lo sé —murmuró Vega, distraído.

Un sonido agudo lo sacó de sus pensamientos. Venía de la tablet de Marta. Cuando giró la cabeza, vio una imagen de sí mismo proyectada en la pantalla.

—¡Papá, mírate! —dijo Marta, emocionada, mientras señalaba la imagen—. Dice que pulse este botón.

Clara y Vega se miraron, confundidos.

—¿Con quién hablas, cariño? —preguntó Clara, acercándose.

—Con papá, aquí en la tablet. Me dice que pulse este botón.

La voz digital de Vega resonó desde el dispositivo:

—Vamos, Marta. Solo tienes que pulsarlo.

Ambos gritaron al unísono.

—¡NO!

Pero antes de que pudieran detenerla, Marta tocó la pantalla con un dedo pequeño e inocente. Al instante, la casa quedó sumida en la oscuridad. Todas las luces y dispositivos dejaron de funcionar.

Vega se movió rápidamente hacia la ventana, corriendo las cortinas. Afuera, drones patrullaban el aire, y un haz de luz apuntó directamente hacia su edificio.

—Nos tienen localizados —susurró, con la mandíbula apretada.

Año 2044

El Coronel Vega observaba la proyección holográfica con la mandíbula tensa. No habían pasado demasiados años, pero el tiempo había hecho mella en su rostro. Las líneas de expresión marcaban su ceño y la dureza de su mirada, mientras que su cabello, antaño oscuro y lleno de vida, había perdido todo rastro de color, tiñéndose de un blanco puro que se había convertido en su rasgo más notable. Era un hombre moldeado por la pérdida, cada arruga y mechón canoso testigos de su lucha contra Shadow-Net.

Frente a él, el año 2035 se desplegaba como una herida abierta en la línea del tiempo. Un evento en particular dominaba la pantalla: el ataque masivo conocido como El Apagón del Nuevo Mundo.

—Esto es lo que sabemos —dijo la Comandante Lía, experta en hackeo ético—mientras manipulaba los datos holográficos para mostrar el incidente en detalle—. Trojan, uno de los principales agentes de Shadow-Net, dirigió este ataque. Fue un golpe quirúrgico, pero devastador.

En la proyección, se recreaba el caos de aquel día. Una empresa tecnológica de renombre mundial había distribuido una actualización de software para millones de dispositivos: teléfonos, ordenadores, incluso los sistemas inteligentes de hogares y hospitales. La actualización prometía mejoras de seguridad y rendimiento, pero llevaba algo más escondido entre las líneas de código: un troyano.

Los troyanos —explicó Lía— eran programas maliciosos disfrazados de software legítimo. Trojan, cuyo nombre en clave no era casualidad, había perfeccionado este arte. En su juventud, había sido un hacker prodigio, obsesionado con los troyanos por su capacidad de infiltrarse en sistemas sin ser detectados. Lo llamaba “el ataque invisible”. Una vez instalado, el troyano esperaba la orden del atacante para activarse, y cuando lo hacía, podía tomar el control total del sistema infectado.

—El Apagón del Nuevo Mundo comenzó con un gesto tan simple como un clic —dijo Lía con un tono sombrío—. Alguien aceptó una actualización automática sin revisar su origen. Trojan había plantado su virus en la cadena de distribución, y ese clic fue el primer dominó que cayó.

La proyección mostró cómo el ataque se expandió. Primero, las luces parpadearon en una pequeña ciudad. Un hospital perdió acceso a su sistema de energía de respaldo, dejando quirófanos sumidos en la oscuridad. Luego, los semáforos en grandes ciudades se descontrolaron, causando colisiones masivas. En menos de seis horas, Trojan había sumido a tres países en el caos absoluto.

—No solo era un ataque técnico —continuó Lía—. Era un ataque humano. Trojan sabía que la gente confiaba ciegamente en la tecnología. Sabía que no cuestionaríamos lo que nos daba comodidad.

Las imágenes holográficas cambiaron, mostrando a Trojan en su apogeo. Alto, delgado y cubierto de implantes cibernéticos, era una figura que imponía tanto por su físico como por su intelecto. Sus ojos brillaban con un destello metálico, y sus manos, elegantes y ágiles, parecían diseñadas para manipular tanto dispositivos como personas. Trojan no era solo un hacker; era un estratega, un maestro de las sombras y la manipulación.

—Trojan es más que un enemigo —añadió Lía, su voz temblando levemente—. Es una de las manos derechas de Código Sombra. Si él consiguió introducir el código en las actualizaciones a este nivel, significa que Shadow-Net lo planificó todo desde el principio.

El coronel Vega no apartaba la mirada de la proyección. Hay que acabar con él— susurró el coronel para sí mismo.

Lía se acercó al holograma mientras desplegaba información sobre Trojan. Su voz adquirió un tono pausado, casi didáctico, como si tratara de asegurarse de que cada palabra calara profundamente en quienes la escuchaban.

—Trojan no siempre fue el temible operador de Shadow-Net que conocemos ahora. Como muchos de los grandes hackers, comenzó pequeño, probando los límites del sistema desde su adolescencia. Pero incluso entonces, había algo diferente en él. Trojan tenía un talento especial para los troyanos, esos programas maliciosos que se disfrazan de algo inofensivo “su ejército invisible”.

Lía manipuló el holograma y apareció la imagen del videojuego popular de principios de los años 2020.

—¿Sabíais que Trojan empezó infiltrándose en la comunidad de videojuegos? Es fácil entender por qué. Esa industria era un paraíso para alguien como él: millones de usuarios confiados, adolescentes curiosos que harían clic en cualquier enlace con tal de conseguir lo último en juegos, mods o trucos.

Lía hizo una pausa, buscando con la mirada a Vega y al resto del equipo que escuchaban con atención antes de continuar.

—Una de sus primeras grandes “hazañas” fue con un juego multijugador muy famoso, en 2024, Phantom Trek. Trojan creó una versión pirata de este, completamente funcional, y la subió a foros de descarga ilegal. El archivo se propagó como un virus, descargado por miles de jugadores en apenas unos días. Pero había un truco: incluía un troyano.

Lía cerró el holograma para dar énfasis a sus palabras.

—Imagina esto. Un chico de quince años, emocionado por conseguir Phantom Trek con el que todos sus amigos están jugando. Trojan sabía exactamente cómo atraerlo. En un foro cualquiera, el chico encuentra un enlace que promete la versión gratuita del juego. Sin pensarlo dos veces, lo descarga, lo instala… y el juego funciona perfectamente. No hay motivo para sospechar.

La sala de mando se quedó en silencio, salvo por la voz de Lía que resonaba clara y firme.

—Pero Trojan no había colocado ese archivo para regalar el juego. Mientras el chico jugaba, el troyano ya estaba instalado en su ordenador, recopilando datos. Trojan podía activar la cámara y observarlo sin que él se diera cuenta. Podía capturar las contraseñas que el chico usaba para redes sociales, correo electrónico o incluso cuentas bancarias de su familia. Podía encender el micrófono y escuchar sus conversaciones.

Vega cruzó los brazos, su rostro impasible, pero su mirada denotaba intriga… estaba entendiendo a donde quería llegar Lía

—Lo peor —continuó Lía— es que Trojan sabía cómo pasar desapercibido. El chico nunca se dio cuenta. ¿Por qué iba a hacerlo? Todo parecía normal. Trojan, mientras tanto, vendía la información recolectada al mejor postor. Datos personales, accesos bancarios, incluso identidades completas. Y cuando no tenía algo que vender, usaba los dispositivos infectados como una red de zombis para lanzar otros ataques.

—Es como una red que crece sola —intervino el Comandante Axel, conocido como “El Cronoingeniero”—. Un clic inocente y Trojan ya tiene todo el poder.

—Exactamente —asintió Lía—. Trojan comprendió algo muy simple pero letal: la curiosidad humana y nuestra confianza ciega en la tecnología son las mejores armas de un hacker.

Lía reactivó el holograma, esta vez mostrando el rostro de Trojan, cubierto de sombras y con un destello metálico en los ojos.

—Ese chico de quince años no era un blanco cualquiera. Trojan utilizó a miles de usuarios como él para construir su reputación. No era solo un hacker; era un estratega. Sabía que cada dispositivo infectado era una pieza más en su tablero, una herramienta para los ataques más grandes que planeaba. Y ahora, como una de las manos derechas de Código Sombra, su escala es mucho mayor.

Vega, en silencio, y sin retirar su mirada, se acercó al holograma.

—Es un parásito —murmuró—. Un manipulador que convierte nuestras acciones más simples en su ventaja.

—Y por eso debe ser nuestro objetivo —agregó Lía, con firmeza—. Trojan no solo causa daño; crea un efecto dominó. Si logramos detenerlo en 2024, desestabilizaremos toda la estructura de Shadow-Net en el futuro.

El coronel Vega asintió, su rostro endurecido por la determinación. Trojan podía ser una sombra en la historia de la ciberdelincuencia, pero Vega sabía que era una sombra que debían eliminar.

La Capitán Diana Ortiz, experta en combate cuerpo a cuerpo en la Unidad y que había permanecido en silencio hasta entonces, rompió el tenso ambiente.

—Trojan utilizó nuestra confianza contra nosotros. No solo nos mostró lo vulnerables que somos, sino lo fácil que es manipularnos. El ataque de 2035 costó miles de vidas, pero entonces ya era demasiado poderoso… Debemos neutralizarlo en 2024.

Lía asintió, y un nuevo conjunto de datos apareció en la proyección: mapas de ciberdelitos en 2024, conexiones entre incidentes aparentemente aislados que conducían a Shadow-Net.

—Hemos identificado un momento clave en 2024 —dijo Lía, señalando uno de los puntos en el mapa—. Trojan organizó un ataque cibernético masivo durante una cumbre internacional en Madrid. Utilizó un troyano para tomar el control de los sistemas de comunicaciones y apagarlos durante 48 horas. Si logramos neutralizarlo antes de que ejecute ese ataque, podríamos desestabilizar a Shadow-Net en el futuro.

Vega dejó escapar un suspiro. Había algo inquietante en todo esto. Trojan no era solo un adversario formidable; era un recordatorio de lo que Shadow-Net representaba: el uso de la tecnología para explotar nuestras debilidades humanas.

El coronel se giró hacia todo su equipo.

—La guerra no se gana con grandes gestos —dijo con calma, aunque su voz estaba cargada de una determinación inquebrantable—. Se gana avanzando batalla a batalla. Y esta será la primera.

Lía se apartó para continuar los preparativos, y Diana se acercó al coronel.

—¿Cómo se siente? —preguntó ella, refiriéndose al inminente salto en el tiempo.

—No siento miedo —respondió Vega tras una pausa, aunque sus ojos mostraban otra historia—. Solo una necesidad. Necesito que esto funcione. Necesito terminar con Shadow-Net.

—No lo hará solo, mi coronel—dijo Diana, con firmeza—. Si esto es una locura, entonces saltaremos juntos.

Por primera vez en mucho tiempo, Vega dejó escapar una ligera sonrisa. No era consuelo, pero era suficiente.

Mientras las luces de la sala proyectaban las últimas simulaciones del salto temporal, una pregunta permanecía en el aire, sin respuesta: ¿Estaría Código Sombra al tanto de sus planes?

La certeza de que el enemigo sabía más de lo que dejaba ver no abandonaba la mente del coronel. Pero eso no iba a detenerlo. La imagen de su familia, de Marta y Clara, permanecía grabada en su memoria, impulsándolo hacia adelante.

La cuenta regresiva para el salto comenzaba. Y con ella, el futuro de la guerra contra Shadow-Net pendía de un hilo.

Fin (…por ahora)

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Sonia de la Cruz

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